domingo, 18 de julio de 2010
El niño que habita en Lang Lang
Recurrir a los niños como opción filantrópica es desde luego legítimo, pero cuando eso sucede con tanta frecuencia en detrimento de otros grupos poblacionales como mínimo igual de necesitados, uno se pregunta si la identificación de los menores con la inocencia que subyace no alimenta incesante su imagen especular: la asociación de los adultos con la culpa, o en el mejor de los casos, la responsabilidad exclusiva sobre todo aquello que les acontece, y en concreto sus desgracias.
Que el afamado pianista chino Lang Lang creara una fundación, se hiciera embajador de buena voluntad de UNICEF y se fuera de viaje a Tanzania para conocer a pequeños con VIH parecía entonces parte de un guión previsible de quien parece encantado de ejercer de divo de los circuitos internacionales más glamurosos de la clásica.
Pero tal vez en su caso sí que haya una motivación personal: en un sorprendente ejercicio de sinceridad, el músico ha confesado en su libro autobiográfico "Lang Lang. Un viaje de miles de kilometros" que la obsesión de sus padres (especialmente, su progenitor, al que llega a calificar de auténtico tirano) por convertirlo en niño prodigio del piano le robó la infancia y sigue todavía hoy dificultando las relaciones familiares.
No en vano, el vídeo más visto de Lang en youtube no es la interpretación sublime de uno de los grandes románticos, el don que lo ha llevado a la cumbre, sino uno en el que se suelta la melena frente al teclado como si estuviera aprovechando una breve ausencia del temido profesor para sacar de dentro, con un gamberrismo contenido, toda la tensión del rudo método de aprendizaje.
Desde aquí encomiamos el compromiso de Lang con los niños, aunque si hemos de ser también sinceros, nos encantaría que también se sintiera públicamente cercano a sus compatriotas chinos con VIH, grandes y pequeños, que tampoco lo están pasando mucho mejor. Si es que puede y quiere, claro.
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