sábado, 31 de julio de 2010

Jorge Bolet, la música sin fin


Charles Vidor, el genial director judío de origen húngaro exiliado en EE UU, responsable de películas imprescindibles cono "Gilda" o "Adiós a las armas", fallecería en 1959 en Viena, mientras rodaba un biopic sobre su compatriota, el prodigio del piano y compositor del siglo XIX Franz Liszt.

El filme se estrenó en 1960 bajo el título "Song without end", o "Canción sin fin". En España, sin embargo, se comercializaría como "Sueño de amor", una traducción literal de "Liebestraum", (a veces se cita en plural, "Liebesträume") la pieza para piano sin duda más popular del también pedagogo e incansable seductor. (La película sería completada por otro grande de las pantallas, George Cukor.)

En los fragmentos disponibles en youtube, un apuesto Dirk Bogarde intérpreta al fogoso compositor en largas escenas frente al teclado. Se cuenta que Bogarde sufrió horrores para aprender los gestos y ademanes necesarios, pero por lo que muestran las imágenes pareciera que valió la pena: su técnica es impecable y la expresión muy viva. La cosa sin embargo tiene un poco de truco: aunque es prácticamente imperceptible, las manos que tocan el instrumento no son de Bogarde (se utilizo un técnica de doble grabación para conseguir el efecto), sino de un verdadero pianista, Jorge Bolet, uno de los últimos de la gran escuela romántica.

Bolet nació en Cuba de padres de ascendencia catalana (ella era una Tremoleda), aunque siendo Jorge muy pequeño la familia emigró a EE UU. De carácter extremadamente reservado, sus biógrafos coinciden en que siempre se dejó dominar (y hasta maltratar) por personalidades más fuertes, como su hermana María (una misionera biblista que acabaría sus días en Barcelona) o su compañero sentimental y representante Tex Compton. Otra persona muy influyente en su vida sería su hermano Alberto, que durante un intervalo a mitad de los años 60 del siglo pasado ejerció de director de la Sinfónica de Bilbao. Jorge residió esporádicamente en el País Vasco en esa misma época, llegando a dar varios recitales con la orquesta que dirigía su hermano.

A pesar de la película, de haber ganado varios premios prestigiosos y de recibir elogios de otros grandes pianistas, Bolet no alcanzaría fama mundial hasta finales de los 70 (para entonces él ya superaba la sesentena), cuando su estilo arrebatadamente romántico vuelve a estar de moda tras dos décadas de purismo frío y fidelidad dogmática a la partitura. Entonces firma un contrato en exclusiva con Decca y ofrece recitales donde es aclamado por sus versiones preciosistas de Rachmaninov, Chaikovsky, Chopin o su admirado Liszt. También entonces tiene la oportunidad de intensificar otra de sus grandes pasiones: la enseñanza a jóvenes prometedores.

En pocos años, sin embargo, crítica y público empiezan a comentar que su estilo se relaja, que decae y pierde fuelle. Sus interpretaciones devienen, según las crónicas, menos vigorosas y más sombrías, lo que algunos achacan posteriormente, en retrospectiva, a la merma de fuerzas que le causaba la infección por VIH. Bolet fallece en octubre de 1990, un mes antes de cumplir los 76 años, por complicaciones asociadas tanto a su edad avanzada como al SIDA.

Nos legó su amor infinito por una música, la del gran piano romántico, que él como pocos contribuyó a rescatar de las críticas de adocenamiento empalagoso y virtuosismo alambicado y vacuo, para que pudiera quedarse eternamente entre nosotros. Hasta siempre, Jorge.

domingo, 18 de julio de 2010

El niño que habita en Lang Lang


Recurrir a los niños como opción filantrópica es desde luego legítimo, pero cuando eso sucede con tanta frecuencia en detrimento de otros grupos poblacionales como mínimo igual de necesitados, uno se pregunta si la identificación de los menores con la inocencia que subyace no alimenta incesante su imagen especular: la asociación de los adultos con la culpa, o en el mejor de los casos, la responsabilidad exclusiva sobre todo aquello que les acontece, y en concreto sus desgracias.

Que el afamado pianista chino Lang Lang creara una fundación, se hiciera embajador de buena voluntad de UNICEF y se fuera de viaje a Tanzania para conocer a pequeños con VIH parecía entonces parte de un guión previsible de quien parece encantado de ejercer de divo de los circuitos internacionales más glamurosos de la clásica.

Pero tal vez en su caso sí que haya una motivación personal: en un sorprendente ejercicio de sinceridad, el músico ha confesado en su libro autobiográfico "Lang Lang. Un viaje de miles de kilometros" que la obsesión de sus padres (especialmente, su progenitor, al que llega a calificar de auténtico tirano) por convertirlo en niño prodigio del piano le robó la infancia y sigue todavía hoy dificultando las relaciones familiares.

No en vano, el vídeo más visto de Lang en youtube no es la interpretación sublime de uno de los grandes románticos, el don que lo ha llevado a la cumbre, sino uno en el que se suelta la melena frente al teclado como si estuviera aprovechando una breve ausencia del temido profesor para sacar de dentro, con un gamberrismo contenido, toda la tensión del rudo método de aprendizaje.

Desde aquí encomiamos el compromiso de Lang con los niños, aunque si hemos de ser también sinceros, nos encantaría que también se sintiera públicamente cercano a sus compatriotas chinos con VIH, grandes y pequeños, que tampoco lo están pasando mucho mejor. Si es que puede y quiere, claro.

viernes, 9 de julio de 2010

El Réquiem de Guerra de Derek Jarman


Tras ser diagnosticado con VIH a finales de 1986, la primera película que dirigió Derek Jarman, casi dos años después, fue "War Requiem". Siguiendo su sello distintivo, se trata de una creación de formato audaz, sin diálogos, que sigue el hilo musical, narrativo y emocional del "War Requiem" de Benjamin Britten, una de las obras corales centrales del siglo XX, y tal vez la pieza más popular del compositor junto con la ópera "Peter Grimes".

Britten, pacifista convencido y objetor de conciencia en una época en la que serlo era considerado una arriesgada extravagancia, compuso esta pieza como respuesta a un encargo: tenía que tocarse en la re-inauguración de la Catedral de Coventry, en 1962, casi totalmente destruida durante la II Guerra Mundial y vuelta a construir de nuevo. Monumental en sus dimensiones, este réquiem de guerra es en realidad un sobrecogedor alegato anti-belicista para tres solistas, orquesta de cámara, coro mixto, coro de voces blancas y orquesta sinfónica, en el que se intercala el texto latino del ordinario de la misa de difuntos con poemas de Wilfred Owen, joven soldado fallecido cuando la otra Guerra Mundial, la I, estaba a punto de concluir.

No sabemos a ciencia cierta si Jarman ya tenía en proyecto su película antes del diagnóstico o la concibió a raíz de éste. Pero los sencillos y a un tiempo punzantes textos de Owen y los bellísimos sonidos de Britten que los realzan sirvieron al cineasta para armar su propio canto contra el horror de la destrucción y la necesidad de paz:

"What passing bells for these who die as cattle?
Only the monstrous anger of the guns.
Only the stuttering rifles' rapid rattle
Can patter out their hasty orisons
No mockeries for them from prayers or bells,
Nor any voice of mourning save the choirs, --
The shrill, demented choirs of wailing shells;
And bugles calling for them from sad shires."

[versos iniciales para la voz de tenor sobre un poema de Owen]

"¿Qué campanas fúnebres se tocan
Para quienes mueren como ganado?
Sólo la ira monstruosa de los cañones.
Sólo el rápido traqueteo de los rifles tartamudeantes
Puede chacharear su apresurada plegaria.
No hay para ellos remedos de oraciones o campanas,
Ni voces de lamento que salven los coros.
Esos coros estridentes y demenciales de proyectiles quejumbrosos;
Y clarines llamándoles desde terruños sombríos."

[traducción propia]

En el filme, Jarman mezcla imágenes documentales de las guerras mundiales junto con las de otros conflictos posteriores (Corea, Vietnam), a las que añade escenas de ficción sobre la vida Owen y su entorno, en las que actúan, entre otros, Laurence Olivier en la que sería su última aparición en pantalla y una impecable de Tilda Swinton, actriz fetiche del británico.

El hecho de que Britten fuera homosexual y de que existan sólidos indicios de que Owen también lo era (fue muy amigo, quizá amante, del poeta Siegfried Sassoon), sin duda estimuló a Jarman, activista radical: hombres que han avanzado por el margen y que desde esa posición han contemplado consternados, cuando no experimentado en su propia carne, todo el daño que la humanidad puede hacerse a sí misma.